Otra vez, alucinando en clases de Lit. Occidentales... No puedo evitar desprenderme de mi cuerpo por segundos, cada vez que escucho esas voces. Nos sentamos en los pupitres y moríamos de ganas de correr, pero nadie nos perseguía, así que nos quedamos ahí, admirando a Homero... O al menos, eso queríamos creer.
Cuando me di cuenta, quedé paralizada entre libros y palabras. Las imágenes venían a mi mente y pensaba en Calipso, capaz de renunciar a su inmortalidad por amor, en Hermes, rápido como la muerte y cada segundo que pasaba, me iba deteniendo más y más en el espacio, hasta quedar encadenada en el pupitre y parecía como si los demás no se dieran cuenta de mi sufrimiento, todo se movía naturalmente, menos mi respiración. ¿Se darían cuenta cuando la clase terminara y yo quedara inmovil en el salón? ¿O mi cuerpo se seguía moviendo con normalidad, sólo que ahora yo estaba atrapada adentro y la comedia seguiría por el resto de mi vida, encerrada en mi cuerpo simulando una prisión donde es inutil pedir ayuda?
Pensé en Penélope... En su eterna espera, aterrada de convertirme en un ente que sólo espera la más mínima señal de movimiento, del regreso de lo cotidiano, del control... Pensé en Kafka, en Sabato... En sus terribles transformaciones, de hombres a animales dignos de terror y repugnancia y luego me vi... Condenada, convirtiéndome en un vegetal sin poder hacer nada al respecto.
Las palabras, los sonidos, las paredes, todo estaba de cabeza y poco a poco, perdí el sentido de distancia, tiempo y realidad que se supone que debe ser normal. Los minutos pasan y yo me encuentro atrapada en una caída libre, maquillada por una clase común.
De repente, N. se levantó para ir al baño, intenté pedirle ayuda, con una mirada, un gesto... Pero ella sólo me sonrío desde la puerta pidiéndome que cuidara su bolso, como de costumbre. Se fue y así, mi única esperanza de ser auxiliada me dio la espalda por completo, cerrando la puerta con una sonrisa, como quien sabe que de alguna manera está seguro de su regreso... Pero a partir de ese momento, nunca más podríamos estarlo.
No tardaron mucho en notar la ausencia de N. pero no tenían razones de preocuparse. Yo tenía razones de sobra, pero ninguna tenía que ver con ella.
Aparentemente de la nada, nuestro salón se empezó a inundar, yo los miraba con cara de pánico y todos corrían hacia afuera sin mirar hacia atrás ni intentar ayudarme, escuchaba los gritos desde afuera que describían cómo el agua corría por la rampa de la Escuela, simulando un tobogán de agua y cómo todos buscaban a la culpable de dejar el agua abierta del baño de mujeres. Yo miraba la escena como quien mira desde la distancia y falsa seguridad de una pantalla, pequeñas personas personas asustadas incapaces de cerrar la llave del agua, como siempre buscando explicaciones y culpables y nunca soluciones, pero ¿Quién era yo para juzgarlos, si yo no podría ni siquiera correr junto a ellos?
Comprendí que mi condición era irreversible y terminaría pronto, así que volví a mis imágenes, mientras el agua terminaba de llenar mis pulmones... Recordé a Penélope, en aquella larga espera, en aquel tiempo detenido, recordé a Hermes, tan rápido como la muerte que ahora parecía tan tangible y cercana. Recordé a Kafka, a Sabato, condenados por sus nuevas formas... Y me vi a mí, descendiendo poco a poco... Entonces, recordé a Calipso y pensé en sus deseos de renunciar a la inmortalidad, mientras yo me quedaba a merced del azar, preguntándome quién dejó el agua correr.
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